Por Cristian Rodríguez Domínguez
En la ciudad hay rincones que evocan una parte importante del pasado, son aquellos espacios que nadie visita, que nadie conoce, salvo aquellos personajes que los recorren día a día. El mercado en los pueblos de la provincia nació al alero del ferrocarril, como una integración entre campo y ciudad, cuya unión fortaleció la estación. Desde sus andenes llegaban muy temprano las mujeres con sus canastos a vender sus productos, un par de metros mas alla se ubicaban los hombres quienes ofertaban los animales pequeños con el fin de tener una mínima inversión para adquirir productos en las diversas tiendas de la ciudad.
En un principio este espacio fue una feria muy informal que agrupaba a parceleros mapuches quienes llegaban hasta el pueblo a vender sus productos desde diversas comunidades, en tanto, los pequeños campesinos las verduras y frutas de temporada, cultivadas en los fundos cercanos.
Posteriormente, tras la ausencia del ferrocarril, la dinámica propia del comercio se comenzó a articular con el transporte rural, lentamente las micros rurales invadieron el espacio del intercambio, se comenzaron a escuchar nombres como Las Cardas, Terpelle, Chamichaco, Miraflores entre otros. Se ven una secuencia de viejos colosos que han dado toda su energía en las grandes urbes y que solo vienen hasta el sur a tener un digna jubilación, al alero de olores a lechuga, cordero y quesillo. Hasta allí llegan los personajes que se identifican con su dinámica, vendedores de cinturones, helados, cuchillos que suben previo a aquel viaje lleno de colorido y expresiones propias de nuestro folklore, recorren lentamente aquel pasillo inundado de cajas, bolsas de supermercado, bebidas y los más variados productos de la ciudad.
Hoy en día, el mercado aun sigue cumpliendo el mismo rol que jugo anteriormente el espacio del intercambio, del trueque, de la unión común entre los habitantes del campo y la ciudad.
Así, este espacio forma parte de la imagen urbana de los pueblos que tuvieron ferrocarril, se mantiene el vinculo con el campo, con la tradición, con el tierra, es un reflejo de nuestra identidad provinciana.
En la ciudad hay rincones que evocan una parte importante del pasado, son aquellos espacios que nadie visita, que nadie conoce, salvo aquellos personajes que los recorren día a día. El mercado en los pueblos de la provincia nació al alero del ferrocarril, como una integración entre campo y ciudad, cuya unión fortaleció la estación. Desde sus andenes llegaban muy temprano las mujeres con sus canastos a vender sus productos, un par de metros mas alla se ubicaban los hombres quienes ofertaban los animales pequeños con el fin de tener una mínima inversión para adquirir productos en las diversas tiendas de la ciudad.
En un principio este espacio fue una feria muy informal que agrupaba a parceleros mapuches quienes llegaban hasta el pueblo a vender sus productos desde diversas comunidades, en tanto, los pequeños campesinos las verduras y frutas de temporada, cultivadas en los fundos cercanos.
Posteriormente, tras la ausencia del ferrocarril, la dinámica propia del comercio se comenzó a articular con el transporte rural, lentamente las micros rurales invadieron el espacio del intercambio, se comenzaron a escuchar nombres como Las Cardas, Terpelle, Chamichaco, Miraflores entre otros. Se ven una secuencia de viejos colosos que han dado toda su energía en las grandes urbes y que solo vienen hasta el sur a tener un digna jubilación, al alero de olores a lechuga, cordero y quesillo. Hasta allí llegan los personajes que se identifican con su dinámica, vendedores de cinturones, helados, cuchillos que suben previo a aquel viaje lleno de colorido y expresiones propias de nuestro folklore, recorren lentamente aquel pasillo inundado de cajas, bolsas de supermercado, bebidas y los más variados productos de la ciudad.
Hoy en día, el mercado aun sigue cumpliendo el mismo rol que jugo anteriormente el espacio del intercambio, del trueque, de la unión común entre los habitantes del campo y la ciudad.
Así, este espacio forma parte de la imagen urbana de los pueblos que tuvieron ferrocarril, se mantiene el vinculo con el campo, con la tradición, con el tierra, es un reflejo de nuestra identidad provinciana.
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