jueves, 24 de enero de 2008

Mercado: el espacio del intercambio cultural


En la ciudad hay rincones que evocan una parte importante del pasado, son aquellos espacios que nadie visita, que nadie conoce, salvo aquellos personajes que los recorren día a día. El mercado en los pueblos de la provincia nació al alero del ferrocarril, como una integración entre campo y ciudad, cuya unión fortaleció la estación. Desde sus andenes llegaban muy temprano las mujeres con sus canastos a vender sus productos, un par de metros mas alla se ubicaban los hombres quienes ofertaban los animales pequeños con el fin de tener una mínima inversión para adquirir productos en las diversas tiendas de la ciudad.
En un principio este espacio fue una feria muy informal que agrupaba a parceleros mapuches quienes llegaban hasta el pueblo a vender sus productos desde diversas comunidades, en tanto, los pequeños campesinos las verduras y frutas de temporada, cultivadas en los fundos cercanos.
Posteriormente, tras la ausencia del ferrocarril, la dinámica propia del comercio se comenzó a articular con el transporte rural, lentamente las micros rurales invadieron el espacio del intercambio, se comenzaron a escuchar nombres como Las Cardas, Terpelle, Chamichaco, Miraflores entre otros. Se ven una secuencia de viejos colosos que han dado toda su energía en las grandes urbes y que solo vienen hasta el sur a tener un digna jubilación, al alero de olores a lechuga, cordero y quesillo. Hasta allí llegan los personajes que se identifican con su dinámica, vendedores de cinturones, helados, cuchillos que suben previo a aquel viaje lleno de colorido y expresiones propias de nuestro folklore, recorren lentamente aquel pasillo inundado de cajas, bolsas de supermercado, bebidas y los más variados productos de la ciudad.
Hoy en día, el mercado aun sigue cumpliendo el mismo rol que jugo anteriormente el espacio del intercambio, del trueque, de la unión común entre los habitantes del campo y la ciudad.
Así, este espacio forma parte de la imagen urbana de los pueblos que tuvieron ferrocarril, se mantiene el vinculo con el campo, con la tradición, con el tierra, es un reflejo de nuestra identidad provinciana.

Hogar suizo “La Providencia” en Traiguén, el pilar que sustenta la educación rural en Malleco


El Hogar suizo “La Providencia” es un referente único para comprender el legado de los suizos en la provincia de Malleco. Luego de recorrer las colonias prestando ayuda espiritual, el pastor Leutwyler se da cuenta de que existía una carencia absoluta de educación para los hijos de los colonos, especialmente por el problema del idioma. Por otro lado, las enfermedades existentes en las nuevas tierras y la escasa disponibilidad de medicamentos en la zona dejaban cada vez más huérfanos al interior de las familias de los colonos.
Así, cuando corría 1892, el último año de su contrato con la iglesia evangélica para ejercer como pastor, el pastor Leutwyler decide quedarse para buscar una solución real al problema. Gracias a las gestiones realizadas ante el gobierno chileno, consigue entonces un terreno de 80 hectáreas en las cercanías de Traiguén, específicamente en la localidad de Tricauco, donde levanta un hogar de huérfanos para los hijos de los colonos suizos en la región.
En 1893 se funda finalmente el “Asilo de Huérfanos y Escuela la Providencia”, que tenía como objetivo principal otorgar educación y protección a los niños que habían perdido a sus padres.
Para implementar el proyecto, el pastor Leutwyler consiguió ayuda del gobierno suizo, luego de realizar innumerables trámites, hasta conseguir dineros para construir un edificio escolar y un internado que contara con las comodidades necesarias.
En 1897, para asegurar su continuidad y mantención, el pastor Leutwyler funda la Corporación Asilo de Huérfanos y Escuela la Providencia, asumiendo él mismo la presidencia.
Después de 40 años en Chile y 16 años a la cabeza del proyecto, Leutwyler regresó a Suiza a vivir en un hogar de ancianos y falleció a los 87 años en Wildenstein, Reinach, en 1949.
El Hogar Suizo de la Providencia aún conserva los edificios originales del complejo. El emplazamiento central lo constituye un edificio de dos niveles a dos aguas, ubicado de oeste a este, de una volumétrica simple, simulando el galpón original. Al igual que en las primeras casas de los colonos, hacia el lado norte se ubicó un corredor en primer nivel y una galería en segundo nivel.
En tanto, hacia el sur, donde se dispuso el patio de acceso que vincula al resto de las instalaciones, el mismo edificio presenta un corredor en ambos niveles. Ésta también es una de las expresiones que caracteriza a la arquitectura suiza, cuyo rol es el constituirse en un albergue de niños en una condición irregular.
En su planta se observa la simetría característica, un eje ordenador, el pasillo, que comunica ambos corredores y, a ambos lados del pasillo, oficinas de una proporción similar.
La escalera, más funcional que estética, cercana a la puerta de acceso, comunica al segundo nivel de distribución similar al primer nivel.
Al norte, se ubica la galería, respondiendo a la necesidad de vincularse con el entorno y de protegerse de las inclemencias del clima. Lo anterior se traduce en una cubierta a dos aguas con una leve pendiente, sobre la cual se dispone de una torre, como referencia dentro de la horizontalidad del paisaje.
La construcción basada en tablas traslapadas, puestas unas sobre otras en el punto de unión, cubriéndolas para evitar el paso del viento y del frío, le confiere una expresión única y aumenta su esbeltez.
Sin embargo, aquella propuesta racional se articula con elementos decorativos como tapacantos con un tratamiento más ornamental, con figuras y alegorías que recorren su perímetro.
El corredor aún hoy es centro de encuentro para los jóvenes dispuestos a conversar y compartir experiencias, pilares que no sólo han sido el sustento de una estructura que ha entregado calidez, sino también ha sido el sostén de los alumnos que han llegado hasta allí, rememorando lo vivido por los descendientes suizos un siglo atrás.

La estación de Púa, la vigencia de la historia ferroviaria


En su antiguo andén sobre los adoquines de piedra se encuentran marcado los pasos del tiempo, los pasos de los impacientes pasajeros que viajan a cada uno de los rincones de la memoria.
Tras la fundación de Victoria el 28 de marzo de 1881, un mes después hacia el sur se funda la Torre Centinela de la Victoria donde hoy se encuentra el poblado. Para 1890, se inaugura el ferrocarril hasta Victoria y para ese año se estaban realizando los trabajos para el tendido de la línea entre Victoria y Lautaro.
Mientras avanzaban los tendidos próximos a la Torre, hubo necesidad de hacer acopio de materiales para puentes y vías, con lo cual comenzó a nacer un parque de acopio de materiales ferroviarios que los trabajadores carrilanos conocían como centro de abastecimiento de faenas con el nombre de Parque Urrutia Albarracín, según lo planteado el historiador Hugo Valdés Ormeño. De esta manera fue necesario que la Sociedad Urrutia Albarracín se viera en la obligación de identificar el sitio de las faenas, con el rotulo abreviado de PUA (Parque Urrutia Albarracín) popularizando esta abreviación y tomo consistencia con nombre propio.
En cambio otros son más cercano a la idea de que el nombre del poblado ya existía como un primitivo asentamiento mapuche, más aun señalando que existía un estero en las cercanías con el nombre de Púa, indicando para ello el plano que realizara el coronel el ejercito argentino, Manuel José Olascoaga en 1870, acompañando al coronel Cornelio Saavedra, quien levanto un mapa con el titulo de “Plano de Arauco y Valdivia”, publicada en las memorias del militar chileno.
A pesar de esta duda histórica respecto de su nombre y origen, Púa es la única estación operativa de ferrocarriles, con la dotación de un funcionario quien se encarga de cada una de las maniobras que requiere el tren de Victoria a Temuco. Su característica es de una estructura en madera muy simple, con una gran cubierta, esta presenta una altura inferior en la galería, espacio destinado a la espera y al encuentro otorgándole una escala mucho mas humana. La cubierta con mayor altura da cuenta de los recintos cerrados reafirmando así lo agreste del clima de la región.
La estación de PUA, una de las pocas que se encuentra habitada, ha sufrido transformaciones a lo largo del tiempo donde aún se conserva parte de la galería vidriada que la rodeó.
En su andén se observa el pavimento original en piedra testigo permanente del arduo movimiento que le correspondió a este sector donde existía el ramal a Lonquimay y otro hacia Traiguén por donde se llegaba hasta Lebu y Coronel otrora puerto mercantil.
Los pilares de roble-pellin a pesar de su fragilidad aún sostienen la pesada estructura de la techumbre, ícono que da cuenta de la estación en el sector sur del poblado. Su planta simétrica, cuya composición se ordena bajo un trazado regular y repetitivo en base a recintos de igual dimensión cuenta con seis recintos, tres de los cuales están destinados a ser oficinas propiamente tal y las otras tres dependencias privadas, la habitación del jefe y su familia. El corredor exterior adyacente al volumen que agrupa las oficinas y servicios sirve de lugar de encuentro y reunión.

viernes, 18 de enero de 2008

jueves, 10 de enero de 2008

Patrimonio: El valor de proyectar nuestro trueque cultural


Por Cristian Rodríguez Domínguez [1]

Nuestra provincia se caracteriza por una diversidad única en el país, cimentada principalmente en el ámbito rural, producto de las diversas actividades socioeconómicas que la sustentaron, en cierta forma el campo ha trazado y delineado la vida en los pueblos de Malleco.
Situación que aun ocurre a pesar de haber pasado más de un siglo desde que distintos sujetos sociales compartieran el mismo espacio, haya sido por una medida administrativa o bien por la fuerza, el hecho que este proceso de poblamiento y de continua interacción es la fuerza que alimenta cada día nuestra historia, ese trueque cultural del que todos formamos parte.
Esa variedad única manifestada en nuestra gente, la forma de la arquitectura reflejada en estaciones, molinos, haciendas, iglesias y casas rurales dan forma a una expresión muy rica en relaciones culturales y estéticas, por otro lado el patrimonio natural con nuestras montañas, saltos y lagos, nos genera un marco geográfico sin igual. La presencia de hombres y mujeres en el campo, siguiendo una rutina marcada por la lluvia, el viento y el sol, define el tono de cada uno de los pigmentos de la piel de los habitantes de esta tierra. Por otro lado el pueblo mapuche con su impulso imaginario ha vitalizado este territorio mediante sus tradiciones reflejadas principalmente en el nguillatun y sus cementerios.
Al finalizar el siglo XIX, se da inicio al penúltimo hito de la construcción de la historia de nuestra provincia, la necesidad integrar económicamente este territorio obliga a poblarlo con inmigrantes europeos. De esta manera, llegan desde Europa, suizos, alemanes, franceses, italianos, españoles, ingleses entre otros, quienes van a intercambiar sus tradiciones, sus valores y anhelos con los habitantes de estas tierras. Nuestra cultura adquiere formas diversas de relaciones a través del tiempo y el espacio, como consecuencia de ello nuestra historia es el resultado de este trueque.
De esta manera, se construye una imagen del patrimonio cultural tangible, basado en la común unión entre técnica y paisaje, cuyo resultado final es un diverso paisaje cultural marcado por la presencia de volúmenes de madera, cuyo marco geográfico es la cordillera, la colina o el lago.
Sin embargo a pesar de esa riqueza evidente, abundante y notable aun falta una mayor conciencia en relación a la importancia de lo que somos y lo que tenemos, impulsar acciones en relación a preservar en el futuro lo que observamos hoy.
Así, esa fuerza invisible que hemos ido construyendo cada uno de nosotros se puede potenciar vinculando territorio, turismo e identidad, generando caminos hacia su conservación futura, abriendo una oportunidad sin igual mediante el turismo cultural.
También por otro lado se han impulsado acciones hacia su conservación, como el caso del Hogar suizo La Providencia, la iglesia de Purén, los locales comerciales de Traiguén entre otros aspectos, pero falta principalmente en crear conciencia y difundir el patrimonio cultural que tenemos. En cada comuna, existen aquellos rincones que nos recuerdan una parte significativa de nuestra historia, es por ello necesario impulsar desde los municipios un primer paso tendiente a realizar un catastro de cada uno de estos lugares.
Nuestra provincia, es fruto de esta reciprocidad generada tras siglos de convivencia, y cuyo resultado podemos observar hoy. En vistas de que la provincia de Malleco fue construida con las manos de mapuches, chilenos e inmigrantes, existe un crisol de tradiciones, que han fortalecido nuestra historia, y cuyo norte es siempre ver en los otros una parte de nosotros.

[1] Arquitecto, © Magíster en Historia de la Universidad de Concepción. Diplomado en Gestión cultural.

El espacio de la esperanza: Las iglesias de Malleco


Por Cristian Rodríguez Domínguez [1]

La Araucanía desde sus inicios fue parte de una avanzada religiosa, en primera instancia fueron los jesuitas, para posteriormente una vez anexada la región, llegaron los franciscanos quienes se hicieron cargo de la evangelización de sus habitantes al norte del río Cautín, mientras los Capuchinos lo hicieron al sur. Es así, como en las comunas de Malleco se presentan un claro estilo clásico que dan cuenta de la diversidad cultural de esta zona, las cuales analizadas desde una perspectiva histórica y arquitectónica son un gran aporte para la reconstrucción de nuestro pasado, ya que han contribuido en la formación de nuestras costumbres y cultura.
Este oleaje de misioneros que llegaron a la Araucanía, como nuevos habitantes de la zona, formó parte de una inmigración de características muy particulares. En primer lugar, los misioneros eran de origen europeo, los que abandonaron su mundo para asentarse, como cualquier inmigrante en la Araucanía, en segundo lugar eran hombres que venían, de manera voluntaria, a cumplir una misión que los colocó en contacto directo con los indígenas, lo que generó enormes problemas propios de todo proceso migratorios, ya sean estos de ambientación, conflictos lingüísticos e incomprensión de una nueva realidad.
Sumado además a las dificultades que derivaban de la necesidad de relacionarse con la población indígena y de este modo comunicarle el mensaje que traían para ella.
De esta manera, los religiosos junto al soldado, al comerciante, ayudan a construir la ciudad. Esta, desde sus inicios se convierte en un espacio configurado para la guerra, la calle era predeterminada para el mero transitar. Las casas configuran una fachada continua. Una tras otra, formando un solo bloque por todo su contorno, en tanto su interior, un espacio propio para la labores de crianza de animales y agrícolas.
La iglesia en su origen fue la evolución de la basílica romana, cuya planta presentaba un eje longitudinal que se extendía desde el centro de su fachada hasta el fondo del altar. Así, las iglesias de Malleco, responden a esta manifestación con su gran presencia urbana, destacan dentro de un gran entorno homogéneo y se convierte a mi juicio en la primera aproximación al espacio arquitectónico tal como lo conocemos hoy.
Su fachada definida por una simetría, sale al encuentro del visitante y se resalta en la ciudad por sus frontones y torres de madera. El acceso, traspasa aquél elemento rígido y ordenado para proyectarse en un interior lleno de equilibrio y armonía, definida por una secuencia de arcos, sostenidos por unos rígidos pilares de madera, sutilmente recubiertos por piezas que componen su carácter clásico. Al fondo, el altar finaliza en su parte superior la majestuosa bóveda de cañón, profusamente decorada por la iconografía religiosa, una alegoría a santos y paisajes idílicos.
Esta es sin duda, la característica de las iglesias de Malleco, en Victoria, en la localidad de Púa con la iglesia de la Alianza Cristiana y Misionera, San Felipe de Neri en Capitán Pastene, en Los Sauces la iglesia Adventista.
Sin duda, al aproximarse el bicentenario de la Independencia, cobra aun más vigencia el entender la construcción de una sociedad en que prima la diversidad cultural generada en el proceso de poblamiento como eje de desarrollo cultural en lo que el espacio para la fe tuvo una primordial participación.
[1] Arquitecto, © Magíster en Historia de la Universidad de Concepción. Diplomado en Gestión cultural.

Mercado el espacio del intercambio cultural


Por Cristian Rodríguez Domínguez

En la ciudad hay rincones que evocan una parte importante del pasado, son aquellos espacios que nadie visita, que nadie conoce, salvo aquellos personajes que los recorren día a día. El mercado en los pueblos de la provincia nació al alero del ferrocarril, como una integración entre campo y ciudad, cuya unión fortaleció la estación. Desde sus andenes llegaban muy temprano las mujeres con sus canastos a vender sus productos, un par de metros mas alla se ubicaban los hombres quienes ofertaban los animales pequeños con el fin de tener una mínima inversión para adquirir productos en las diversas tiendas de la ciudad.
En un principio este espacio fue una feria muy informal que agrupaba a parceleros mapuches quienes llegaban hasta el pueblo a vender sus productos desde diversas comunidades, en tanto, los pequeños campesinos las verduras y frutas de temporada, cultivadas en los fundos cercanos.
Posteriormente, tras la ausencia del ferrocarril, la dinámica propia del comercio se comenzó a articular con el transporte rural, lentamente las micros rurales invadieron el espacio del intercambio, se comenzaron a escuchar nombres como Las Cardas, Terpelle, Chamichaco, Miraflores entre otros. Se ven una secuencia de viejos colosos que han dado toda su energía en las grandes urbes y que solo vienen hasta el sur a tener un digna jubilación, al alero de olores a lechuga, cordero y quesillo. Hasta allí llegan los personajes que se identifican con su dinámica, vendedores de cinturones, helados, cuchillos que suben previo a aquel viaje lleno de colorido y expresiones propias de nuestro folklore, recorren lentamente aquel pasillo inundado de cajas, bolsas de supermercado, bebidas y los más variados productos de la ciudad.
Hoy en día, el mercado aun sigue cumpliendo el mismo rol que jugo anteriormente el espacio del intercambio, del trueque, de la unión común entre los habitantes del campo y la ciudad.
Así, este espacio forma parte de la imagen urbana de los pueblos que tuvieron ferrocarril, se mantiene el vinculo con el campo, con la tradición, con el tierra, es un reflejo de nuestra identidad provinciana.