Por Cristian Rodríguez Domínguez [1]
La hacienda en la Araucanía fue proyectada siguiendo los cánones de la hacienda de la zona central. A diferencia de ella se estructuraba en torno a un espacio anterior que la vinculaba con el paisaje, el parque fue trazado con toda la poesía y sutileza del Romanticismo francés bastante en boga en nuestro país a fines del siglo XIX.
Sin duda este parque permitió humanizar aquel agreste espacio rural de la Araucanía, en su concepción excluyo toda imagen que evocara una sociedad primitiva basada en el mestizaje, la vagabundancia y la criminalidad. Unos largos y generosos corredores daban lugar a hermosos jardines que los inquilinos se encargaban de conservar durante el resto del año y cuya evaluación de la sutileza tenia su punto máximo en la primavera.
Suaves caminos rectos guiaban la delicadeza y elegancia de las damas en verano. Así, el parque en el atardecer, fue el espacio de socialización de la elite latifundista, hasta fines del siglo XIX y los inicios del XX, repitiéndose cada verano.
Al aproximarse a la casa principal de las haciendas aparece otro parque uno más condensado y mejor elaborado, producto del desarrollo planificado de la intervención del hombre. Especies exóticas de grandes dimensiones como araucarias, sequoias, cedros, palmas, cipreses, encinas, castaños y magnolias, crecen entremezcladas con arbustos y enredaderas de flor, todos ellos enmarcados por las edificaciones que definen el asentamiento.
La suavidad generada por microclimas en la región debido a la constante presencia de macizos en el paisaje posibilitó que todas estas especies se desarrollaran notablemente, gracias a la presencia de canales y acequias. Desde la entrada del parque, cerrado por una reja de fierro forjado, hasta las puertas de fundo corren espaciosas avenidas de álamos Carolina. Su trazado era regular, donde existían senderos, propios de un parque francés de fines del siglo XIX, pero en una escala mucho menor, complementado con piletas, macetas bordeadas de orilleros de plantas y mobiliario como es el caso de la hacienda Cullinco, sumado a ello la presencia de aves.
Estos parques respondieron en muchos casos a intervenciones de paisajistas de la zona central, debido a la gran mayoría de las haciendas eran prolongaciones de la misma hacienda republicana, donde eran comunes transitar por corredores desde donde circula el aire que refresca toda la vivienda como es el caso de la hacienda Chufquén.
El sentido del parque responde a la necesidad de tener un lugar de recreo donde la familia recorría sus sombreadas avenidas, rememorando el concepto romántico de los grandes parques y jardines franceses en el periodo de cosecha y donde la familia en pleno acudía a supervisar dicha faena.
Una vez que se mejoraron los caminos, aparece el automóvil aquel espacio de sociabilidad se fue trasladando lentamente hacia la ciudad, la necesidad de obtener servicios, educación y ser parte del poder político, el que indudablemente esta en la ciudad, asienta a los agricultores en la ciudad.
Así, aquel estilo propio del romanticismo francés que domino la sociedad desde la segunda mitad del siglo XIX, fue reemplazado por las nuevas corrientes que asomaban en Chile y ahora se integraban a la vida citadina del sur.
[1] Arquitecto, © Magíster en Historia de la Universidad de Concepción. Diplomado en Gestión cultural.
La hacienda en la Araucanía fue proyectada siguiendo los cánones de la hacienda de la zona central. A diferencia de ella se estructuraba en torno a un espacio anterior que la vinculaba con el paisaje, el parque fue trazado con toda la poesía y sutileza del Romanticismo francés bastante en boga en nuestro país a fines del siglo XIX.
Sin duda este parque permitió humanizar aquel agreste espacio rural de la Araucanía, en su concepción excluyo toda imagen que evocara una sociedad primitiva basada en el mestizaje, la vagabundancia y la criminalidad. Unos largos y generosos corredores daban lugar a hermosos jardines que los inquilinos se encargaban de conservar durante el resto del año y cuya evaluación de la sutileza tenia su punto máximo en la primavera.
Suaves caminos rectos guiaban la delicadeza y elegancia de las damas en verano. Así, el parque en el atardecer, fue el espacio de socialización de la elite latifundista, hasta fines del siglo XIX y los inicios del XX, repitiéndose cada verano.
Al aproximarse a la casa principal de las haciendas aparece otro parque uno más condensado y mejor elaborado, producto del desarrollo planificado de la intervención del hombre. Especies exóticas de grandes dimensiones como araucarias, sequoias, cedros, palmas, cipreses, encinas, castaños y magnolias, crecen entremezcladas con arbustos y enredaderas de flor, todos ellos enmarcados por las edificaciones que definen el asentamiento.
La suavidad generada por microclimas en la región debido a la constante presencia de macizos en el paisaje posibilitó que todas estas especies se desarrollaran notablemente, gracias a la presencia de canales y acequias. Desde la entrada del parque, cerrado por una reja de fierro forjado, hasta las puertas de fundo corren espaciosas avenidas de álamos Carolina. Su trazado era regular, donde existían senderos, propios de un parque francés de fines del siglo XIX, pero en una escala mucho menor, complementado con piletas, macetas bordeadas de orilleros de plantas y mobiliario como es el caso de la hacienda Cullinco, sumado a ello la presencia de aves.
Estos parques respondieron en muchos casos a intervenciones de paisajistas de la zona central, debido a la gran mayoría de las haciendas eran prolongaciones de la misma hacienda republicana, donde eran comunes transitar por corredores desde donde circula el aire que refresca toda la vivienda como es el caso de la hacienda Chufquén.
El sentido del parque responde a la necesidad de tener un lugar de recreo donde la familia recorría sus sombreadas avenidas, rememorando el concepto romántico de los grandes parques y jardines franceses en el periodo de cosecha y donde la familia en pleno acudía a supervisar dicha faena.
Una vez que se mejoraron los caminos, aparece el automóvil aquel espacio de sociabilidad se fue trasladando lentamente hacia la ciudad, la necesidad de obtener servicios, educación y ser parte del poder político, el que indudablemente esta en la ciudad, asienta a los agricultores en la ciudad.
Así, aquel estilo propio del romanticismo francés que domino la sociedad desde la segunda mitad del siglo XIX, fue reemplazado por las nuevas corrientes que asomaban en Chile y ahora se integraban a la vida citadina del sur.
[1] Arquitecto, © Magíster en Historia de la Universidad de Concepción. Diplomado en Gestión cultural.
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